Cuando reiniciaba en el bachillerato, mi familia y yo ingresamos a un grupo de estudio. Allí conocimos a una de las personas que más impacto dio en mi vida. ¿Qué hizo? Te preguntarás.
El siempre trataba de ayudar a todo el grupo, como si fueros sus hijos. Yo recibí muchos regaños por diferentes situaciones, pero hay uno que recuerdo mucho...
Una noche mandó a llamar a toda la familia. Cada uno recibió una reprensión por algo que nos dijo anteriormente. Sin embargo, a mi me comento algo distinto de forma directa, preocupante y fuerte para mí.
-¿Qué has hecho? ¿Has cumplido con tus responsabilidades?
-No.
-¿Por qué?
-...
-Si no te responsabilizas de tus obligaciones te saldrás del grupo, y si eso pasa no quiero volver a verte.
Terminando la platica reflexioné mucho en esa advertencia, o amenaza, ¡no sé!. Desde que tenía 13 años me portaba tan déspota, mal educado y amargado. Pero sin duda, desde esa charla no fui el mismo con los demás y conmigo porque me volví más amable, juicioso y responsable.
Si no hubiera ocurrido esto no habría terminado el bachillerato, tampoco entraría a la universidad y menos estaría contándote esto.
Sé que no te gusta que te regañen, a nadie. Es desagradable y muchas veces humillante, pero los fracasos, malas experiencias y regaños son para aprender y mejorar. Es parte de ti, y si haces retrospectiva te darás cuenta que por esas humillaciones, estas en donde estas ahora.
No es fácil aceptar cuando metemos la pata, pero es importante. Los que buscamos siempre mejorar, todo el tiempo debemos estar dispuestos a aceptar las críticas que señalan nuestros errores para corregirlos.
Es momento que recuerdes todas esas veces que te regañaron y te preguntes cuánto has cambiado. Profundiza en los comentarios que muestran tus errores y conviértete en esa mejor versión de ti.
PD: Disculpa la crudeza y la simplicidad del texto. Pero como lo dije antes: estas situaciones pueden ser humillantes y muchas veces crueles.
David Santamaria
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